Reflexiones sobre los mitos
femeninos (III)
Ariadna en el laberinto: «Chicas
buenas» Versus «Chicasmalas»
Mitos reales, en este caso de «chicas
buenas», aunque rompedoras del estatus, fueron las reinas Isabel de Inglaterra:
buena (ma non troppo), debido a su
ruptura con el catolicismo, haber tenido varios amantes, y permanecer terca,
voluntariamente soltera, rompiendo por ello el esencialismo de su género.
Isabel de Castilla, otro ejemplo, esta sí de «buena-buena» aunque, como la
inglesa Isabel, tuvo que superar grandes pruebas y demostrar su capacidad de
estadista y su fuerte voluntad. Este apartado de mujeres de la realeza lo
clausura Cristina de Suecia, culta y amante, como Catalina, de las artes y
mecenas de artistas. «chica mala» que rompió todos los moldes establecidos,
incluidos tabúes sexuales, se mantuvo soltera y abdicó del trono marchando a su
exilio italiano, donde finalmente murió. También ha sido incluidas mujeres
reales como Safo de Lesbos, poeta clásica, que la historia ha recordado no tanto
por su obra, de la que apenas quedan rastros, como por el morbo de ser
paradigma del lesbianismo, una de tantas «chicas malas» tan denostadas por el
androcentrismo. Finalmente, cerramos el apartado con la Doncella de Orleans,
Juana de Arco, «chica buena», no cabe duda, a quien la Iglesia incluso ha
santificado pero, que, no obstante, rompió en su momento muchas de las reglas
establecidas por el hecho de ser una mujer. Como alguna de las compañeras de
epígrafe, fue condenada a morir en la hoguera. Todas las citadas, como las que
siguen, han sido llevadas al cine.
No se libran tampoco de
ser «chicas malas» ciertos personajes bíblicos, rescatados para nuestro
estudio, como Dalila, la embaucadora que le costó la muerte a Sansón; la joven
Salomé quien, a instancias de Herodías, su madre, fue la causante del asesinato
del profeta Juan el Bautista o una María Magdalena, «chica mala», a medias,
porque aparece como prostituta y acaba como una de las redimidas seguidoras
preferidas de Cristo. Para equilibrar la balanza se incluye a la judía Esther:
valiente, sabia y heroica que salva a su pueblo y que acaba casándose con el
rey Asuero y a Judith, una viuda ejemplar, también «chica buena», a pesar de
ser la asesina del caudillo Holofernes, salvando también a su pueblo, la ciudad
israelita de Betulia. Su fe, y la obediencia a la voz divina que la designa
para tal hazaña, dejan en un plano inexistente la ruptura del rol de género. Y,
como broche final, Lilith/Eva, una chica «mala-malísima», causante de todos los
males de la humanidad, y en la que se concentran todos los defectos y vicios de
las mujeres que han roto todos los patrones impuestos a su género.
En última instancia
rescatamos una serie de personajes femeninos literarios que vienen a reforzar
la pervivencia de los antiguos mitos. Entre las «chicas malas», las rebeldes y
adúlteras Anna Karenina y Emma Bovary, ambas castigadas a pagar con la vida sus
desvíos. Ambas acabarían suicidándose. En el mismo apartado se encuentran
Margarita Gautier, la tierna y enfermiza prostituta, tan generosa que renuncia
al amor para que su amante no caiga en el ostracismo social; o Naná, la actriz
que, con apenas 14 años se enrola en una tribu de gitanos, como la Otero real
(la realidad siempre supera la ficción). Tras una serie de correrías que la
llevaron por medio mundo, murió lenta y dolorosamente, sin dinero y abandonada
por todos sus amigos. Junto a ellas, otra suicida, reconcomida por el
remordimiento, la terrible y ambiciosa Lady Macbeth, infinitamente representada
en todos los formatos, y la tremenda Celestina, tan célebre que ha dado nombre
a toda una estirpe de mujeres, con una punta de bruja, al margen de la
sociedad, como también, aunque con ciertas diferencias, la famosísima Carmen,
quizás el personaje femenino literario más representado en cine, teatro,
televisión y óperas: mitad gitana, mitad bruja: como Celestina, siempre
envuelta en el misterio de «lo femenino», un misterio que nos llevaría a temas
tan «feminizados» como las prácticas relacionadas con lo mágico, y todo lo que
entendemos como «magia negra» en toda su extensión, tan antiguas como la propia
existencia humana. En la cultura romana, por ejemplo, se tiene conocimiento de
estas temibles prácticas, como las tablillas de maldiciones (tabullae defixionum) – una de las más
populares – utilizadas por brujas o nigromantes, o los muñecos de Vudú
(kolossoi, en griego) a imagen y semejanza de los utilizados aún en ciertos
países, prácticas prohibidas por la ley, pero que siguen perviviendo.
Por otro lado, no
podemos tachar de «chica mala», en el más estricto sentido, a la lorquiana
Bernarda, si bien el autor ha concentrado en su personaje toda una serie de
características que castran y empujan al abismo a quienes la rodean. «Chicas
buenas» fueron la dulce Julieta quien, tras entregarse al fogoso Romeo, en
contra de la voluntad familiar, acaba suicidándose, como su amante y como única
salida a su amor imposible, si bien el sacrificio no es baldío porque sirve
para que sus familias se reconcilien. Sobre este argumento, el director Vicente
Escribá realizo una adaptación: Montoyas
y Tarantos (1989) con Esperanza Campuzano (Ana Montoya/Julieta) y Juan
Paredes (Manuel Taranto/Romeo). Finalmente, cerramos el apartado con dos
personajes: Esmeralda, la atractiva y generosa gitana a la que aman varios los
hombres, aunque, por encima de todos, es amada por el deforme Quasimodo, en un
guiño incontestable al clásico mito de la Bella
y la Bestia y la lorquiana Yerma, personaje paradigmático, que encierra
toda la carga esencialista hasta el punto de arrastrarla a matar a un marido
que le niega la maternidad, convirtiéndose así en una mujer castrada y
condenada de por vida. Todas ellas, sea cual sea su origen, y su grado de
«ruptura», las hemos incluido bajo el hipotético paraguas de «Las Descentradas».
Rosa
María Ballesteros García
Vicepresidenta del
Ateneo Libre de Benalmádena
“benaltertulias.blogspot.com”
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