LA EUTANASIA
Conocemos por la mitología griega
que Artemisa es la diosa de la muerte natural y Tánatos el encargado de
transportar a los muertos al Hades o inframundo, y posiblemente por ello
Tánatos ha quedado asociado a la muerte
como parte esencial de su paso desde la vida.
DEFINICIÓN.-
La eutanasia significa pues la
muerte natural, en el sentido de conformidad con ella, como parte de la misma vida,
formando la base esencial del “ars moriendi”, es decir, el arte de morir.
Es indudable que a todos nos
gustaría morir de una forma consciente, digna y feliz, despidiéndonos con una
completa conformidad de nuestros seres queridos y con todos nuestros asuntos
arreglados. Es lo que significa “eutanasia”, una buena muerte, el equivalente
al religioso “requiescat-in-pace” o descansar en paz.
EVOLUCION DE LA IDEA DE LA
MUERTE.-
Los avances conseguidos en el
progreso de las ciencias de la salud, están dando lugar a una nueva valoración
del principio y del final de la vida que involucra en mayor grado las
decisiones individuales
La concepción y la contracepción
de la vida depende ahora mucho más de la responsabilidad de los progenitores
que de la inevitabilidad de un acto irresponsable. De la misma forma estos mismos
avances retrasan constantemente el momento final de la vida y pone en manos de
una decisión individual y responsable el momento y la forma de decidir el
tránsito a la muerte. Hace 1000 años la esperanza de vida alcanzaba como máximo
a cuatro décadas y ahora estamos aproximándonos a alcanzar el siglo de
existencia.
No todas nuestras estructuras
orgánicas envejecen o degeneran por igual, pero sí estamos en condiciones de
prever el deterioro y el alcance de las
limitaciones conscientes no compatibles con el concepto que tenemos de la vida,
basado esencialmente en el mantenimiento de nuestra capacidad cerebral de
mantener nuestras aptitudes cognitivas, y cuya merma o desaparición está en
nuestra mano prever.
LA DIMENSIÓN RELIGIOSA DE LA
MUERTE
Para los profundamente religiosos,
creyentes en la existencia de otra vida
en el más allá, incluso en la
posibilidad de una vida eterna, el tránsito a la muerte tiene un significado
diferente. Es la esperanza de acceder a una vida mejor, a una felicidad eterna
en el cielo y supone por tanto el abandono o liberación de los problemas
terrenales y su molesta carga. En definitiva acrecentaría el deseo de morir en
un tránsito feliz y confiado.
La Iglesia aceptó, e incluso
bendijo, la auto-privación de la vida como un acto heroico de entrega, en
aquellos cristianos que lo prefirieron antes que poner en peligro su fe. Pero La
Biblia tan sólo condena el suicidio de Judas Iscariote, y a su través ha convertido todo suicidio en una traición a
la fe cristiana, pero el resto de los que se refieren en la extensa obra son
vistos con indulgencia, como puede comprobarse en los curiosos casos de
Abimelec, Saúl y Sansón.
HACIA UNA MUERTE DIGNA
Lo inevitable desde cualquier
punto de vista es la existencia de la muerte y la necesidad de organizarla en
la medida de nuestras mejores posibilidades.
La medicina paliativa se encarga
de mitigar los dolores y padecimientos de los que no tienen recuperación
posible y supone por tanto un esfuerzo por suavizar los padecimientos finales.
Su actuación alcanza cada vez a más pacientes y debiera alcanzarlos a todos, pacientes
y no pacientes, porque todos tenemos derecho a una muerte indolora o lo menos
dolorosa posible, concepto que no debe de entrar en competencia ni enfrentarse
a la eutanasia.
Los deseos de morir pueden justificarse en
aquellos pacientes que ya no desean seguir un tratamiento sin fin, que no
desean prolongar sus sufrimientos ni sus dolores insoportables, e incluso a
aquellos que no desean seguir viviendo aunque no padezcan ningún dolor, ni
ninguna enfermedad simplemente porque son mayores y dan por terminado su ciclo
vital. Todas ellas son motivaciones que plantean la posibilidad o necesidad de
una muerte que debe de ser digna, feliz e indolora, y a ninguna persona se le
debe privar de su derecho a morir dignamente.
Desde este punto de vista todos
tenemos el derecho a disponer en todo momento del control sobre nuestra propia muerte,
conociendo y entendiendo lo que debemos esperar de este acto, asegurándonos de
su dignidad y privacidad. Asiendo la posibilidad de elegir el lugar adecuado con todas las
informaciones necesarias y previendo los deseos que deben de respetarse, así
como a decidir quién queremos que nos acompañe en nuestros últimos instantes.
Derecho a tener una correcta
asistencia médica con un buen tratamiento del dolor y de cualquier otro síntoma.
Y, por supuesto, derecho a disponer del apoyo espiritual y material precisos. Y,
por último, a tener tiempo para despedirnos, o sea, a morirnos en el momento
oportuno sin prolongaciones absurdas.
LA ÉTICA MÉDICA
La salud del enfermo es la norma
suprema del médico y, en su defecto, su bienestar su primera preocupación. El
paciente debe de ser entendido como persona, es decir, un conjunto de un ente físico y espiritual. El inválido como
enfermo, enfermo grave, enfermo terminal, irrecuperable, sigue siendo una
persona y tiene derecho a una asistencia médica en su muerte y el médico debe
de ayudarlo a tener una muerte digna, una muerte plácida e indolora.
Todo ser humano debe de ser
tratado humanamente y no debe de ser sometido a ningún tipo de tortura o
violencia encarnizada aunque esta sea de carácter terapéutico. Y esto es válido
tanto en una coyuntura religiosa como sin ella. El paciente tiene derecho a una
orientación y asistencia en su muerte por su médico.
La eutanasia, o ayuda a morir, es
un acto médico más, que, pasivo o activo, representa una última ayuda con la que el médico trata de beneficiar a su paciente.
RESPONSABILIDAD EN LA MUERTE
En cualquier caso la muerte, lo
mismo que la vida, son una responsabilidad del ser humano. Toda persona tiene
derecho de autodeterminación, a justificar y defender en la etapa postrera de
su vida sus designios sobre su muerte. Y esta etapa postrera es hoy
perfectamente identificable, tan reconocible como lo es la vida, algo que ya no
podemos considerar ni como un misterio,
ni una suerte, ni una casualidad.
En los casos en los que el
paciente no pueda expresar claramente esta voluntad, debe de recurrirse a consultar
los testamentos vitales o últimas voluntades, expresadas previamente, que
debieran ser reconocidos como jurídicamente vinculantes.
De esta forma la organización de
la muerte, se convierte en un interés de la persona, es decir, en un derecho
que nos lleva a una eutanasia organizada y a la postre a la consideración de
una eutanasia liberalizada.
Recordemos a este respecto el
consejo de un oráculo de la edificación moral, e incluso cristiana, del siglo I
de nuestra era:
“Lo importante no es vivir,
sino vivir bien.
Por
eso la gente responsable,
vive
lo que debe,
no
todo lo que puede”
(Lucio Anneo Séneca)
Jesús
Lobillo Ríos
Presidente
del Ateneo Libre de Benalmádena
“benaltertulias.blogspot.com”
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