LOS PRIMOS, SIN
NÚMERO
(Religión aparte LX)
De un tiempo a esta parte, en que
hay tanto turismo, no nos extraña que la gente se mueva y se den un garbeo por
la Ciudad Eterna, aunque bien mirada, podemos saber que Roma no tiene mucho de
eterna, porque tuvo un inicio, más o menos sabido, y que, tal como están los
asuntos que manejan algunos humanos, tampoco sea infinita ni tampoco lo sea muy
tarde.
Podemos pensar que esta ciudad
tan querida y este mundo entero pueden fundirse y perderse en el espacio y en
el tiempo, antes que cante un gallo.
Podemos, también, recordar,
ahora, aquel poemita de “Los peregrinos enamorados”, que pudimos repasar con
nuestros hijos de la EGB y que nos hablaba de esta guisa: “Para Roma caminan /
dos peregrinos, / a que los case el Papa, / porque son primos/... Les ha
preguntado el Papa / de dónde eran./
Ella dice: -De Cabra./ Y él: - De Antequera/...”
Los humanos nos podemos cargar la
ciudad de Roma y todo lo que pueda caer en nuestras manos, porque, a decir
verdad, no somos tan exquisitos como se nos podría considerar. Estamos viendo
que nuestras manos son torpes también, cuando hay que firmar cualquier tratado
de Paz.
Con todo, como somos una especie
inquieta, también nos movemos demasiado y podemos ser testigos de esta nuestra
perpetua inestabilidad.
La política, que tanto nos
inquieta, es tremendamente inquieta y hasta inquietante en demasía. Por todo
ello no nos debe de extrañar que haya tantas idas y venidas políticas, porque
se trata de una pasarela con solución de bastante continuidad, con tanto
trasiego. De continuo, se nos presentan eventos políticos, culturales, sociales
y hasta comerciales, que nos llevan de calle y a tanto llegan, que nos ofrecen
un espectáculo informativo de tanta movida y en tantos escenarios. Así, todo se
nos convierte en publicidad y propaganda, más que en publicación o información.
Podemos detenernos un poco y
considerar de qué se trata, cuando somos espectadores pasivos de tantas
peregrinaciones a Roma. No todos peregrinan con gastos pagados por el bien
común, que es así de generoso.
Siempre hemos pensado, con todos
nuestros respetos por delante, que las religiones no deben seguir ninguna
bandera política, porque ya hemos sido testigos también (si es que no lo
seguimos siendo), de servidumbre religiosa a la política y, en contrapartida,
de tanto intervencionismo ético de lo político en las cuestiones morales y
religiosas por parte del Estado, lo que conlleva que a los abanderados los
muevan los aires que soplan desde el lado de las interesadas banderas políticas.
Podemos decir, antes de que se
nos compliquen los asuntos y se nos puedan cruzar los cables, que los
políticos, a su vez, no se estén tomando demasiado en serio la mismísima figura
del Vicario de Cristo en la Tierra. Da por pensar que los políticos, de alguna
manera, van buscando un reconocimiento y a la vez un espaldarazo casi sagrado
de sus personas y sus quehaceres, quizás por aquello de que “la espada es la
palabra de Dios”.
Así, hemos podido constatar que
todos los políticos españoles que se precien han disfrutado de una audiencia
especial y particular con el Papa de su tiempo. Han desfilado por el Vaticano
todos los presidentes, desde Adolfo Suárez hasta el actual Pedro Sánchez, sin
echar de menos, en el capítulo de audiencias pontificias, visitas como las de
Ayuso y de Almeida (“heredero de la gran Manuela”), la visita de Cospedal y
Soraya con sus negras mantillas, la de Yolanda Díaz y hasta la de Aragonés...
Esta utilización, a nuestro modo
de ver, de la figura religiosa del Papa, nos mosquea por el afán privatizador
de la política, que quiere hacerse valer con un sello religioso, por el solo
hecho de que es seguido por la parroquia de sus feligreses y que siguen al
Pontífice y que les sirve de acicate para dirigir sus votos. A todo esto ayudan
bastante los comentarios interesados de muchos medios de información, a los que
no les faltan nunca las simpatías y preferencias por los partidos que consagran
la devoción por el tan sagrado liberalismo, que cada día es más depredador del
estado de bienestar, que con tantos sacrificios del común nada tiene que ver
con una mínima aproximación al mandato evangélico de la fraternidad, que todos
los humanos de a pie nos merecemos.
No podemos permitirnos el lujo de
que “los primos”, innumerables, seamos nosotros.
JOSE
MARIA BARRIONUEVO GIL
El Ateneo Libre de Benalmádena
“benaltertulias.blogspot.com”
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