(Concepción Torres Leiva. Maestra. Aforo: 55 asistentes)
“Llevo seis semanas mirando al mar./ Leo,
escribo algo,/ -paz, silencio-/ Mi habitación sobre el mar/ parece un barco./
Voy sin nadie./ Navego a la nada”.
Desde la luminosa y tranquila habitación 410
del Hotel Rinconsol, en Rincón de la Victoria, Gloria Fuertes miraba al mar; se
levantaba bien entrada la mañana, desayunaba en el cuarto o bajaba al
restaurante. Luego un baño en el mar, almuerzo, sobremesa y de vuelta a la
habitación por la tarde para escribir los artículos que publicaba en prensa o
rematar algún poema. Al caer la noche volvía a la vida social con alguna cena,
casi siempre alargada hasta la madrugada en la terraza del Hotel donde Gloria
Fuertes disfrutó de sus últimos veranos. Y donde se la recuerda con muchísimo
cariño, como una persona directa y muy campechana porque se hacía querer y
dejaba huella allá por donde pasaba.
Amiga antigua de Manuel Alcántara, cómplice
de aquellas jornadas estivales frente al mar (se habían conocido en el Café
Varela de Madrid en 1953). Gloria era una persona muy cariñosa y muy valiente,
sostiene Alcántara.
Porque Gloria Fuertes, con su vida y con su
obra, nadó contra las convenciones de la época. Cuesta inscribir sus versos en
grupos como la Generación del 50 o el Postismo, de los que participó siempre
desde una forma muy personal. Y en el territorio de la intimidad, por su
homosexualidad sin esconder ni declarar, en buena medida por su vinculación en
el tramo final de su vida con la poesía infantil, una faceta que acabó
fagocitando el conjunto de una obra con muchas más vertientes.
Hasta Málaga llegó huyendo de la tristeza.
Su compañera durante casi 20 años, la norteamericana Phyllis Turnbull acababa
de fallecer y la tristeza sumió a Gloria Fuertes en una profunda depresión.
Había venido a Málaga invitada por el profesor Alvar para los cursos de
filología clásica que se celebraban en la ciudad. Gloria estaba triste, daba
clases, pero tenía tiempo libre, acababan de abrir El Pimpi y le propusieron
reunirse allí con un grupo de jóvenes poetas y pintores de la ciudad. Crearon
una tertulia fija los viernes a la que llamaron “Viernes de Gloria”. A partir
de ahí su relación con Málaga fue bastante intensa y venía todos los años a
veranear y a participar en las tertulias. Su experiencia en Málaga fue
importante, fue una inyección de vida, sobre todo durante los primeros años,
porque la desaparición de su compañera fue muy dura para ella. La ciudad, su
carácter abierto, le gustó mucho, porque a ella le gustaba el contacto directo
con las personas.
Gloria es un faro encendido en una noche
cerrada. Habla del amor, de la guerra, de la soledad, de la fiesta, del
suicidio, de los monos y de las monas, del cemento, de una foca que te guiña un
ojo. Defiende el amor libre, el pacifismo, el feminismo, el ecologismo, el
surrealismo. Todo lo suyo es tan bonito…
Apenas existen referencias biográficas que
no hayan sido extraídas de sus poemas confesionales, los cuales son a menudo
medias mentiras o mentiras por completo. Gloria disfrazaba la realidad
en sus poemas cambiando caras, lugares, y emociones para ofrecer una verdad muy
por encima de la verdad, porque Gloria era poeta (que no poetisa) y su vida y
su obra eran lo mismo y como lo mismo contaba las dos. Su forma de ver la historia no
era lineal. Para Gloria los muertos convivían con los vivos, sus amores
perdidos de hace décadas permanecían a su lado y en el cielo tenía un Dios
propio, de andar por casa y diferente cada día, con el que regañaba, y
alrededor del cual sobrevolaban unos cuantos ovnis de colores.
Gloria Fuertes, además de tener su propio
Dios (el aire, los besos, la naturaleza), tenía su propia ortografía. Sus
poemas están plagados de laísmos, leísmos, signos de puntuación que faltan o
que sobran y localismos. Hay, además, versos que se repiten en distintos
poemas, como una suerte de autocita que Gloria practicaba tanto en su obra como
en su habla cotidiana. Pueden parecer errores, pero son aciertos. Sobrevivió a
tres años de Guerra Civil, a treinta y seis de dictadura y a cuarenta de
presentar programas infantiles en televisión haciendo siempre lo que quiso.
Vestida con pantalón y corbata, con el pelo cortado al tazón, boina y bici.
Leyendo sus poemas con voz de osa buena fruto no de la bondad sino de la noche
y del whisky. Se la coló por completo a
la España más rancia. Y su poesía fue una de las cosas más increíbles y bellas
que sucedieron aquí durante todo el siglo veinte.
Gloria Fuertes nace en el barrio de
Lavapiés, en Madrid, el 28 de julio de 1917. Su padre es conserje y su madre
costurera y mujer de la limpieza. “ Nací en la calle de La Espada y viví en Dos
Hermanas, Tres Peces y Cuatro Caminos. Barrios de gente obrera, mucha
necesidad, mucha puta y algún convento”, recuerda Gloria. Tiene tres hermanos y
una hermana, todos bastante mayores que ella menos uno, su hermano Angelín que
le da una cierta envidia. “Casi le odiaba, porque le querían un poco y a mí
nada”. Angelín muere atropellado sin haber cumplido los siete años, y deja a
Gloria en tierra de nadie y si compañero de juegos.
A los tres años empieza a ir a un colegio de
monjas en el que aprende a escribir y a leer. A los cinco años ya escribe e
ilustra sus propios cuentos. Sus primeras lecturas son el TBO y los cuentos de
Pinocho. No soporta los cuentos de hadas.
Pasa por distintos colegios, la expulsan de tres porque replica siempre
a sus profesores. Suele sacar malas notas. A los catorce años deja la escuela y
empieza a interesarse por la poesía. “Empecé a escribir poemas cuando descubrí
que se podía querer a una persona que no era de tu familia, menuda sorpresa me
llevé”.
De adolescente ayuda a su madre en su labor
nocturna de limpiadora en la redacción de la revista Lecturas. Una de esas
noches deja en la mesa del director un poema titulado “Niñez, juventud, vejez”
que escribe para la ocasión. Aparece la semana siguiente impreso en la revista
(Lecturas, en ese tiempo, era una revista cultural, de escritores). “Me alegré
mucho cuando vi mi poema en los papeles, pero a la vez me dio rabia que no me
pagasen ni un duro”. Es su primer poema publicado.
Uno de sus pocos amigos de aquellos años es
Miguel Gila. Es vecino suyo de la calle Zurbano, y pasan mucho tiempo juntos.
“Yo estaba medio enamorada de Gila, pero era muy chulito”.
A los dieciséis años su madre la matricula
en la Escuela de Educación Profesional de la Mujer. “Allí me diplomaron, pero
bien diplomada, en Cocina, Bordados a mano y a máquina, Higiene y Filosofía,
Puericultura, Corte y Confección (¡qué corte!)… y por si fallaba –que falló- lo del casamiento, la que
me parió me apuntó también a Gramática y Literatura, ya que estaba harta de mis
mosqueantes aficiones, impropias de la hija de un obrero, tales como el
atletismo y la poesía. Además, en aquellos tiempos de antes de la guerra, pocas
chicas practicaban hockey, baloncesto y muchas menos escribían poemas”.
En octubre de 1934 muere su madre y ella
deja los estudios por obligación. Entra a trabajar como contable en la empresa
Talleres Iglesias, una fábrica de armamento militar que abastece de obuses al
ejército popular y que durante la guerra sufre varios bombardeos por parte de
aviones franquistas. Gloria odia su trabajo. “A mí me gustan los cuentos, no
las cuentas”. Ese mismo año escribe la primera versión del que será su primer
poemario: “Isla ignorada”, que no verá la luz hasta dieciséis años más tarde.
Durante la Guerra Civil –Incivil según sus
palabras- conoce de primera mano el hambre y la muerte. A sus dos primeros
novios, cada uno de un bando, los pierde durante la guerra. Uno es dado por
desaparecido, y el otro muere en la cárcel. Gloria empieza a ver clara la
necesidad de escribir y la necesidad de creer en algo, aunque sea de una forma
muy particular. “Hoy no me hablo con Dios porque ha caído una bomba en mi
barrio”. La guerra marca su vida entera,
se dedica a escribir por ella, se preocupa de los demás por ella y a la vez
ajusta su idea de la humanidad por ella. “Qué mal género es el género humano”.
La guerra deja además una profunda huella en
Gloria. Sin la tragedia de la guerra quizá nunca hubiera escrito poesía. Llegan
años de penuria económica. “No tenía más que un traje, un cuaderno y mucho
miedo a que se gastara el lápiz”. Durante los primeros años de la posguerra
vive sola y acude con mucha frecuencia a la Taberna Antonio Sánchez para leer
concentrada mientras se bebe su vino blanco y se come el mollete de pan que
lleva siempre de casa. Poco a poco se convierte en una figura habitual de la
escena poética y nocturna madrileña, una aparición única en el panorama,
primero por ser mujer y segundo por su personalidad, tan moderna. Empieza a
salir con su primera novia: Chelo Sánchez Serrano.” ¡Qué suerte si esto que
siento fuera sed y se me quitara bebiendo un vaso de agua!”. El intenso romance dura poco, pero Chelo
permanece como una figura indispensable en su vida de forma constante hasta su
muerte.
Conoce al poeta Carlos Edmundo de Ory en
1942 cuando este manda un soneto a la revista Maravillas (donde ella trabaja y
se lo publica). Se hacen amigos primero y novios más tarde, y él la introduce
en el postismo, un movimiento literario que surge como rama del surrealismo y
cuyos miembros acotan como “un culto al disparate”. Gloria causa sensación
entre ellos, era una mujer nueva, que se enfrentaba con ternura a los hombres,
tan brutos ellos, no era una maestrita repipi, era un compañero perteneciente a
un tercer sexo divino que rompía con todo en aquella España de hierros y caspa.
Aunque ella se define como autodidacta y poéticamente desescolarizada, su
nombre queda ligado de por vida al postismo, el cual graba para siempre en su
punto de vista una actitud poética desmitificadora por la vía del humor. “Iba
para modista y me quedé en postista”.
Obtiene el primer premio de Letras para
Canciones de Radio Nacional de España en 1947 y comienza a recitar poemas a
través de las ondas de forma habitual. Su popularidad no para de crecer. En paralelo a su dedicación a la literatura
infantil en las revistas funda, en 1951, el grupo poético femenino Versos con
Faldas, que organiza recitales y lecturas de poesía semanales en Madrid sólo
para mujeres. Estrena su primera obra de teatro en verso, Prometeo, en el
Teatro del Instituto de Cultura Hispánica y ve publicado uno de sus primeros
libros infantiles: Canciones para niños. Ese mismo año funda la revista poética
Arquero junto a Antonio Gala.
Aprende a combinar las dos facetas de su
poesía: la infantil y la social. A la hora de centrarse en una u otra, analiza
su estado de ánimo y actúa en consecuencia. Para escribir poesía infantil se
hace niña, tiene que estar contenta y divertida, en buen momento. En cambio, si
tiene algún problema, la poesía que le sale es la de adultos. “El problema era
que tenía problemas siempre”.
A mediados de los cincuenta publica en la
editorial venezolana Lírica Hispana su poemario Antología y poemas del suburbio,
y pocos años después Todo asusta, libros que por su temática social y espíritu
crítico no puede ver editados en la España de la dictadura. “Yo era del bando
de los vencidos, era imposible que me dejasen hacer”. Ambos libros son
recibidos con elogios por la crítica más selecta del momento.
Al darse cuenta de que lo de escribir no va
a darle de comer de forma inmediata, estudia biblioteconomía e inglés en el
Instituto Internacional de la calle Miguel Angel de Madrid. Empieza a trabajar
en el propio Instituto Internacional como bibliotecaria, puesto en el que
permanece tres años. Al acabar sus estudios la nombran encargada de una
biblioteca pública de Madrid. “Dios me hizo poeta y yo me hice bibliotecaria”.
Además de empezar sus estudios, en 1955
conoce al amor de su vida: la norteamericana Phyllis Turnbull, directora del
Instituto Internacional y tutora de inglés de Gloria, además de hispanista y
profesora de la Universidad de Bryn Mawr (Pennsylvania). Gracias a ella, aparte
de interesarse por la obra de escritores americanos e ingleses, amplía su
círculo social y hace amistad con figuras del mundo académico, como el profesor
Enrique Tierno Galván.
Crea junto a Phyllis la primera Biblioteca
Infantil Ambulante de España, con sede en una casa de granito que mandan
construir en Chozas de la Sierra (hoy Soto del Real), a unos 40 km de Madrid.
Recorre pequeños pueblos para acercar la poesía a sus habitantes, que quedan
encantados ante los libros y las actuaciones que hace Gloria en sus plazas. Sus
visitas son un evento popular.
Vive con Phyllis y con su amiga Chelo, las
tres juntas, entre el centro de la ciudad y las afueras, y su vida social se
dispara. Su círculo de amigos lo completan otros escritores, personas cercanas
en sensibilidad e intereses, y sobre todo gente divertida.
En 1961 obtiene –con importante mediación de
Phyllis- una beca Fulbright en Estados Unidos para impartir clases de
literatura española en la Universidad Bucknell, en Pennsylvania. Esta
experiencia termina de dar forma a la mejor época de su vida. Son años que
coinciden con la presidencia de Kennedy y el principio de la guerra de Vietnam.
Allí conoce el movimiento hippie, y lo entiende a la perfección “…pienso que soy
un poco hippie porque soy poeta…” …”a
los hippies los dan de lado desde la izquierda y desde la derecha . Igual que a
mí”.
Viaja mucho por Estados Unidos y procura
leer su poesía a todo aquel que se interesa por ella. Ofrece lecturas de sus
poemas en el campus de Burcknell y en otras universidades estadounidenses a las
que va como invitada, y también en salas de conciertos y bares. Dirige la Casa
Española de Burcknell, una residencia femenina en la que viven varias alumnas
becadas, y sus clases so siempre comentadas en el campus. “Todos estaban
encantados conmigo, yo les cantaba chotis y pasodobles a mis alumnos y
nombraron Profesora Más Popular del Año, dos años seguidos. Pasaron de
preguntarse el primer día ¿De dónde han sacado a ésta? A quererme y a pedirme
que me quedase”.
A su vuelta de Estados Unidos, en 1964,
Gloria trae consigo el manuscrito de su libro Ni tiro, ni veneno, ni navaja,
que ha redactado durante su último año en Burcknell. En Madrid se dedica a
impartir clases de español para americanos en el Instituto Internacional y
logra con ello una independencia económica que nunca había conocido. Al poco se muda con Phyllis al que será su
domicilio definitivo, un piso en la calle Alberto Alcocer. Las dos pasan cada
vez más tiempo juntas en la casa de Chozas de la Sierra, donde organizan
numerosas reuniones con poetas, pintores y otros artistas. Además, viajan de
forma constante por España haciendo turismo, buscando muebles antiguos – que
Phyllis coleccionaba- y comiendo en los mejores restaurantes. Su buen humor y
sus ocurrencias triunfan del todo entre sus colegas escritores, que comentan
entre sí las brillanteces de Gloria y su forma de entender la poesía como algo
total, no limitado al papel. “El humor es lo más importante. Si la literatura
está en decadencia es porque los escritores están demasiado tristes. Se ponen
tristes, serios. Hacen falta más risas”.
La mejor época de la vida de Gloria toca a
su fin. Después de veinte años de relación entre ellas y una breve lucha contra
el cáncer, fallece Phyllis Turnbull a principio de 1971. Su inesperada muerte
sume a Gloria en una depresión de la que tardará años en salir. “Fui al metro
decidida a matarme, pero al ir a sacar el billete ligué, y en vez de tirarme al
tren me tiré a la taquillera”. A menudo sale a caminar sin rumbo de noche y
entra en los bares que se encuentra para recitar sus poemas a quien quiera
escucharla, como un fantasma que pulula por la ciudad. Lee sus poemas en antros
oscuros frente a parejas, taxistas, jóvenes bohemios y, a veces, en vez de
presentarse diciendo que es poeta, se presenta diciendo que es torero. También
llama a programas de radio para camioneros, para que escuchen algo de poesía
mientras conducen. Durante aquellos años se define como “superviviente de desgracias
gordas y penas finas”. Fuma (Bisontes) y
bebe (whisky) más que nunca.
Le conceden el Diploma de Honor del Premio
Internacional de Literatura Infantil Hans Christian Andersen por su libro
Cangura para todo, un premio (algo cercano a lo que sería un Nobel de
literatura infantil) que hace que su nombre resuene más que nunca en esa
escena. En 1972, obtiene la beca de la Fundación March para Literatura
Infantil, que le permite dedicarse por completo a la creación literaria si
necesidad de trabajos paralelos.
Edita en 1973 su poemario Sola en la sala
como testimonio de su soledad, de su insatisfacción amorosa y de sus
sentimientos tras la pérdida de Phyllis. Rota por el dolor, su poesía se hace
cada vez más confesional. “A veces no salgo bien en los poemas, pero se parecen
mucho a mí. ¿A que se nota que soy yo?
A mediados de los años setenta empieza a
colaborar en diversos programas infantiles de la televisión pública (la única
que entonces había en España). Escribe guiones para los popularísimos
Chiripitifláuticos. Los programas de
televisión Un globo, dos globos, tres globos, cuya sintonía compone, y La
cometa blanca son los que la convierten de forma definitiva en la poeta de los
niños. A partir de esos años la actividad de Gloria es imparable: lecturas,
recitales, homenajes… siempre cerca de los niños. Publica de seguido, tanto
poesía infantil como de adultos. Gloria siempre fue una feminista radical,
llena de candor y de fuerza, y desde su feminismo quiso cambiar el mundo
empezando por los niños, enseñándoles, con un discurso siempre sencillo y
siempre profundo. Los niños son sabios locos que aciertan siempre a definir las
líneas esenciales de la vida, de los sueños y de los anhelos. Y ella los
conocía.
Pasa a ser uno de los rostros más reconocidos
de todo el país. “Lo de ser popular lo llevo como puedo, me gusta más estar
tranquila que con esto. Por suerte lo único que se me sube a la cabeza es la
ginebra”. Siente la necesidad de guardar su intimidad, en parte para que no se
la invadan y en parte para no alarmar a los padres de los niños que compran sus
libros. A los datos confusos –o inventados- que incluye desde siempre en sus
poemas autobiográficos, empieza a añadir declaraciones y respuestas a
entrevistas en las que dibuja una realidad paralela llena de buenos
sentimientos, inofensiva, de señora mayor apacible. “A veces miento por no
hacer daño, o por contar una verdad, porque hay muchas verdades que sólo se
pueden contar mintiendo, porque son demasiado grandes. Por lo demás yo no miento
nunca”.
Se vuelve habitual en eventos de literatura
infantil, en galas por los derechos del niño, incluso retransmite la cabalgata
de Reyes, muchas veces. Adapta cuentos para la televisión. Multitud de
cantantes ponen música a sus poemas. Escribe en las revistas La Codorniz y
Discóbolo… Durante los años ochenta Gloria sigue apareciendo en televisión de
forma constante y consolida su imagen de poeta y amiga de los niños mientras su
otra poesía, la de adultos, va cayendo cada vez más en el olvido. Y ella,
instalada en la inercia de un devenir cómodo y tranquilo, tiene cada vez menos
ganas de luchar por cambiar la situación. Aunque la llena de pena.
Durante sus últimos años sale menos de casa.
“Miradme aquí, clavada en una silla, escribiendo una carta a las palomas”. Se
le van muriendo los amigos y las amigas. Mantiene una relación más o menos secreta con
una mujer llamada Marisa, casada y con hijos, a la que dedica su libro Mujer de
verso en pecho. Escribe hasta el final poemas cada vez más cortos que apunta en
cualquier sitio: servilletas, cuadernos, talonarios. Pasa los días entre los
platós de televisión, cada vez más cansada, y su casa de Alberto Alcocer, junto
a su inseparable asistenta.
Víctima de un cáncer de pulmón que le habían
detectado pocos meses antes, Gloria Fuertes muere en Madrid el 27 de noviembre
de 1998.
BIBLIOGRAFÍA
Diario Sur.
Cascante,
Jorge: El libro de GLORIA FUERTES.
Internet.
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