RAPSODIA Nº
2
“No hay nada más bello
que lo que nunca he tenido”
“Lucía”, Joan
Manuel Serrat
Llevo sentado en
este acantilado más de dos horas, tengo frío, el viento llega desde poniente
estrellando las olas con furia
sobre las rocas gastadas ; la fascinación del movimiento del mar me retiene, su
violencia es sublime , terrorífica, atenazadora, como si Turner se hubiera
inspirado en él para pintar su “Naufragio”
. Tampoco será hoy cuando me devuelva los ojos que se llevaron, aún así esperaré hasta que el
cielo apague su luz. Hoy no habrá
estrellas vigilando, ni luna que asegure la más mínima iluminación. Las nubes
son pesadas, oscuras, violentas, como aquél día; lloverá también una lluvia
oblicua, impertinente.
Antes del viaje,
cada día , volvía a la casa que habité hasta
su desaparición; esperaba hasta
que la noche acabará con la esperanza de
esa jornada de volver a encontrarlos; ahora, lejos de aquella geografía,
la dibujo una vez cada semana, lo hago como si fuera un conjuro, como si
pudiera materializar el momento y atraparlo para que no se vuelva a escapar o
no me lo vuelvan a arrebatar; ya he perdido la memoria exacta de lo que
ocurrió, si es que alguna vez lo supe, aunque creo que deje algún manuscrito
por si tuviera la necesidad de recuperar alguna certidumbre, porque ahora ,
tras tanto tiempo transcurrido solo poseo ecos de aquel pasado, cada vez más
debilitados de tanto repetirse.
Clavo en la pared
el dibujo; al principio trazaba la
estancia completa: el breve pasillo que recorrí cuando escuché el ligero golpe de la puerta; el recibidor ,
incluso algunos complementos para dejar abrigos, o los paraguas en los días de
lluvia; el marco de la hoja apenas abierta que descubría el cuerpo sobre el que
gobernaban aquellos ojos que no olvido y que he debido transformar hasta dudar
si cuando los vuelva a encontrar serán
aquellos que me arrancaron de las rutinas que construyen la vida. Ahora solo
queda un bosquejo demasiado difuminado de aquella puerta.
Veo o imagino esos ojos en un rostro
incompleto, sobre un cuerpo apenas visible, cubierto de un blanco mate, unos
brazos desnudos, transparentes, acabados
en manos ligeras. No veo sus labios, ella entera son ojos que hablan sobre el
silencia de la mirada.
Todo se va
adelgazando, hasta la esperanza del reencuentro, también lo hacen las energías y la paciencia.
Desde aquél día,
la vida ha girado en torno a esos ojos de los que ya no recuerdo su color
exacto, pero sigo sintiendo la mirada intensa, interrogante; a veces he pensado
que podría haber sido suplicante, pero es absurdo, no hay súplica en lo
desconocido ; me siguen turbando como si fuera un adolescente. Son ojos sin
rostro, encastrados en una nube liviana, nube
de sombras de tonos grises y claros. Por ellos fue por lo que emprendí este viaje.
Me dijeron que la
vieron caminar por la playa, adentrarse en el mar, desaparecer en abrazo de
espuma, una espuma densa ,
encrestada en la única ola de aquella mañana.
“Caminó a pesar de la lluvia, cruzó
la playa a pesar del viento; se adentró en el mar, decidida, hacia la ola solitaria; las aguas estaban calmadas, ausentes de la tempestad de tierra adentro,
como si la esperaran”.
Todo eso me dijeron y aún más.
“No vengas más por aquí, no vuelvas, se fue, se la llevaron tal vez”.
Lo hizo o lo
hicieron mucho antes de que pudiera reaccionar razonablemente ante presencia de quién habitaba tras aquellos
ojos. No supe hacerlo ante su repentina aparición. Muchas veces he pensado que fue un
sueño intenso, indiscutible que quise, aun lo hago, convertir en una realidad
tangible, material, perecedera, mortal.
Cada vez deseo más, a pesar de la
pérdida de confianza, que vuelva a
aparecer.
Recordé el
sentido del equilibrio de todas las cosas, de todas las causas. Ese equilibrio
cósmico que Borges me enseño entre sus líneas: si una vez desapareció, tiene
que aparecer aunque sea en otro lugar.
Ahí estaré para
acogerlos.
Inicié un viaje
con la certeza del reencuentro. Viajaba pensando en las palabras no dichas, en
las preguntas no formuladas, en las repuestas que no nos llegamos a dar.
Buscaba, primero las costas, después estudie las corrientes y los vientos de
cada uno de los hemisferio; planifique las rutas basándome en las cartas ya
fueran antiguas o actuales; adquirí la tecnología que mis posibilidades
económicos y conocimientos permitían y
seguí los consejos de cuantos marinos tropezaba en cada una de las paradas. Me
detenía y esperaba con la mirada fija en los mares como si fuera un cazador en
su puesto a la espera de la pieza.
He recorrido
todas los litorales, acantilados, arrecifes, todas las islas de todos los
océanos que los años me han permitidos;
he realizado todos los oficios que me acercaban a los mares, he preguntado en
todos los lugares, he soportado cuantas incredulidades me han hecho notar,
incluso residí en algún lugar forzosamente encerrado, confundido con un
demente.
Hoy lo sé, desde
la atalaya de las rocas, desde las playas y los puertos, desde acantilados y
rebalajes, no voy a encontrarlos
Sé que me esperan
en el único lugar que no he visitado.
Con las primeras luces, abandonaré el escaso
equipaje que poseo, bajaré a la playa, con determinación, con la certeza, ahora
sí, del encuentro, caminaré hacia la sima evocando el resto del recuerdo que me
queda.
Manuel del Castillo
Molina
Alhaurin de la
Torre
Marzo 2016
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