Tres microcuentos con poema
Antonio García Velasco
1. Enferma en el poder
Una
mujer llamada Enferma quiso ser única en el gobierno de su reino. Daba vueltas
a su mente sobre el modo de anular al actual rey y a todos sus ministros.
Encontró la excusa perfecta cuando el rey quiso que todos admiraran su nuevo
traje. En el desfile público, deslumbró a partidarios y a contrarios hasta que
un niño gritó: "El rey va desnudo". Como una venda cayó de los ojos
de los enemigos del monarca.
-Ha sido
un truco demoniaco -dijo Enferma a sus amigos y seguidores-. Es un rey maligno,
es el demonio capaz de engañar a su pueblo ingenuo y confiado. Debemos difundir
esta idea. Os lo voy a recordar en un poema, porque siempre es más fácil
retener la literalidad del verso que la de la prosa.
Entonces
hizo que sus secuaces aprendiesen de memoria los siguientes versos:
Demonicemos
al rival, consigna
que
es ventajosa, tan rentable y fácil
como
pintar de rojo una ventana.
Al
disidente lo pintamos gris
con
azufrados tintes cual demonio...
Pronto
verán las masas los colores
que
nuestro dedo le señale alzado.
Una
batalla que ganamos, fijo,
pues
parecerse a los demonios nadie
quiere,
desea, tiene en objetivo.
De
propaganda basta una campaña
y
repetir mil veces quien es malo
porque
nosotros somos buenos, santos
que
ni mentimos ni de palos damos.
La
campaña tuvo su recompensa y fue destronado el rey al que le gustaba el
continuo estreno de trajes nuevos. Enferma fue nombrada reina y siguió
demonizando a todo el que ponía en duda su legitimidad como monarca o comentaba
críticamente sus abusos dictatoriales o sus errores administrativos.
2. Vanesa y el poder
totalitario
Vanesa
estaba convencida de que la tentación del poder podría ser superior a la del
dinero, quizás porque el poder da dinero, hace adueñarse de dinero, manipular
dinero. Cuando se hablaba del erotismo del poder, ella pensaba solamente en que
también el poder facilita los placeres de Eros. Muchos monarcas han dado
ejemplo de ello, muchos poderosos se habían beneficiado de su posición para
conseguir el favor de las mujeres más deseables. A ella la había tentado un
poderoso. Se negó en rotundo a esa forma de prostitución y, acaso en el fuego
de la rabia, escribió los siguientes versos:
A ti que buscas poder totalitario
Es un perverso afán ese deseo
de poderoso ser. ¿Te mueve a extremos
esa locura ciega y testaruda
que ni reparas en las consecuencias?
¿Nos quieres mal a todos y a ti mismo
te quieres bien y por encima tanto?
¿A qué intereses sirven tus poderes?
¿A qué sombrajos quieres reducirnos?
¿Es tu querer
que estemos sometidos
a tu exclusiva voluntad suprema?
Nos vas limando los dineros nuestros,
nos vas marcando los caminos fijos,
nos vas sembrando las consignas tuyas...
¿Cuándo será que tu ambición se pare?
Bastante
tiempo estuvo temiendo publicar su soneto de verso blancos. A veces, al
releerlo, se le iluminaban los colores de la indignación. Otras, la niebla de
la duda o los sombríos bocados del temor. Por fin, los lanzó al viento del
desafío por todos los medios a su alcance. Una semana después de que sus
palabras comenzaran a dejar huella en los corazones de sus lectores, cuando
llegó a su trabajo, recibió una carta de despido y la comunicación del
finiquito: despido improcedente, rezaba la carta y en las explicaciones del
empresario: “¿Tú crees que si realmente fuese competente en su trabajo iba a
despedirla con una justa indemnización, según tiempo trabajado? Para quitármela
de encima la he despedido así, sin discusiones. ¡Menuda pájara, que Dios me
libre de las aguas mansas!”
3. Versos para una pregunta sin respuesta
La insultaron
porque había dado una opinión contraria a lo que, en aquel círculo, se
consideraba correcto. Ni la frase evangélica de dudoso origen es aceptable:
"Quien no está conmigo está contra mí". Dudaba que eso pudiera
haberlo dicho Jesús de Nazaret, que sería una persona ecuánime y sensata. Uno
puede no estar con otro, pero no tiene que estar contra él, simplemente puede
discrepar. Pero a ella la estaban insultando simplemente por opinar de modo
contrario a quienes estaban en el lugar. Se marchó azorada y, al llegar a su
casa, escribió:
Versos para una pregunta sin respuesta
¿Cuándo
dejar podremos los insultos
a
quien no piensa como yo lo pienso?
¿Cuándo
dejar los odios burdos, zafios,
a
quienes no comparten la supuesta,
convencional
verdad que marca el curso
libre,
sensato de la mente libre?
¿Cuándo
será que democracia sea
un
sentimiento puro, no la pose
que
compartir queremos sólo, a secas,
con
quienes piensan tal pensamos nos?
Me
maravilla el fácil descalabro
que
se quisiera para quienes no
comulgarán
con las ideas mías.
Me
maravilla el fácil anular
a
quienes no votaron nuestro voto.
El
corazón demócrata nos falta.
El
egoísta dictador nos sobra.
Con
frecuencia el escritor y, después, el lector encuentran en la literatura el
consuelo que le niega la vida. Pero, en esta ocasión, tras dar por terminados
aquellos versos, un puño férreo, descomunal, implacable salió de la pantalla
del monitor y la golpeó en la cara. Desmayada la encontraron al mediodía y, al
ser reanimada, comenzó a repetir como disco rayado. "¿Cuándo dejar
podremos los insultos / a quien no piensa como yo lo pienso?".
Antonio García Velasco.
Profesor Titular de Literatura. UMA.
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