domingo, 27 de septiembre de 2020

CORONAVIRUS Y SALUD PÚBLICA

                                             CORONAVIRUS Y SALUD PÚBLICA

 

La interacción entre pandemias y vivencias sociales es una constante a lo largo de la historia de la humanidad. La reacción humana al estrés ambiental siempre estuvo presente ya se tratara de rezos y plegarias para atajar los castigos divinos o de la toma de decisiones basadas en el racional conocimiento de las causas que se intuían o demostraban en el origen del mal, aparte de las reacciones puramente biológicas de adaptación para las que el organismo lleva implícitas sus directrices.

Tanto la peste como la disentería, la viruela o la tuberculosis ejercieron una influencia manifiesta en las costumbres sociales de su tiempo, en la evolución de las guerras y en la evolución política a la que dieron cobertura, pero sobre todo influyeron en los usos y costumbres sociales forzados por la necesidad de combatir y contrarrestar los efectos secundarios de la enfermedad y la muerte.

Pero todas las pandemias ejercieron su terrible poder de forma diversa sobre las diferentes clases sociales de manera que siempre fueron peor tratadas, o más diezmadas, las clases más inferiores, o menos pudientes frente a las más ricas o mejor dotadas. Quiere ello decir que el concepto de  calidad de vida ha constituido siempre una barrera real de separación en el grado de damnificación que se observaba en la contemplación posterior del campo de batalla.

La acción decisiva de los avances orientaron sobre las nuevas formas de habitabilidad que debían contribuir a rebajar esas diferencias y que afectaron a la limpieza, a la distribución del agua, a la conservación de los alimentos o a su manipulación, medidas todas que reunidas comportaron un capítulo decisivo de nuestros estudios actuales como es la salud pública a cuyos principios tenemos que recurrir ahora constantemente para el control del coronavirus.

Tanto las costumbres higiénicas, como la instalación del agua corriente, la limpieza continua, la ventilación, etc., son logros históricos merecedores de galardones universales a la misma o mayor altura, si cabe, que el reconocimiento otorgado a Yersin, a Pasteur, a Koch o a Severo Ochoa. Hoy día este reconocimiento tendríamos que ampliarlo a los arquitectos y urbanistas que han proporcionado viviendas cómodas y saludables en las que vivir y transportes eficientes para desplazarnos, considerando todo ello dentro de los beneficios que denominamos como calidad de vida.

Si en el momento actual sabemos que el coronavirus se transmite fundamentalmente por vía aérea, todas las medidas que impidan o que controlen cualquier tipo de aglomeración pasan a formar parte de nuestra salud pública y no se trata solo de utilizar las indispensables mascarillas, se trata de limitar los aforos de todo tipo de espectáculos o de reuniones, de mejorar la distancia de convivencia en todas nuestras actividades, especialmente en los colegios disminuyendo la relación numérica alumnos-aula, de instalar mamparas protectoras, de regular el funcionamiento de bares y restaurantes. Y sobre todo de mejorar el transporte público aumentando el número de unidades y la frecuencia del mismo.

Igualmente es necesario aumentar la cobertura y el funcionamiento de la sanidad pública mediante la mejora en cantidad y calidad de hospitales y ambulatorios que deben de estar siempre en proceso de remodelación y mejora de instalaciones y personal para estar continuamente en alerta ante cualquier posible alteración epidemiológica.

Todas estas medidas de salud pública que debemos de asumir mejorarán nuestra calidad de vida y nuestra seguridad, y están basadas en la colaboración ciudadana para poder formar una barrera de eficaz defensa ante posibles futuras pandemias e impidiendo la necesidad de los confinamientos totales que al fin y al cabo solo son confesión de un fracaso en la planificación de un evento que se presenta de forma inesperada.

Si la salud pública y la calidad de vida andan de la mano, también son necesarios el desarrollo simultáneo de  políticas sociales y de ayudas a la dependencia, así como la mejora de las políticas fiscales y la justicia distributiva, porque no es con recortes ni con precariedad como conseguiremos sobrevivir al coronavirus ni a los próximos y posibles virus o amenazas de tipo similar.

 

Jesús Lobillo Ríos

Presidente del Ateneo Libre de Benalmádena

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